Política: ¿Dónde
están los nuevos líderes?
La falta de meritocracia, el
clientelismo y el desprestigio dificultan los nuevos liderazgos.
Autor:
Jorge Restrepo/Ilustración
Tanto los políticos de trayectoria como Francisco Santos,
César Gaviria y Horacio Serpa, como los jóvenes como Simón Gaviria, Carlos
Galán y Juan Manuel Galán, forman parte de una élite de apellidos conocidos que
deja poco espacio a nuevos líderes.
A principios de año, en el
programa radial Hora 20, el exministro, excandidato presidencial y exgobernador
Horacio Serpa reveló que si Álvaro Uribe se lanzaba al Congreso en 2014, él no
descartaría la opción de hacerlo también. Ni corta ni perezosa, su contertulia
la exministra y actual precandidata presidencial Marta Lucía Ramírez le puso
más picante a la discusión. “Sería maravilloso que el expresidente Pastrana
encabece una lista al Senado” dijo. Pocos días después, en los corrillos
políticos y columnas de los diarios empezó a circular un rumor improbable: que
el expresidente César Gaviria estaría pensando en lanzarse a la reelección. Y
el exvicepresidente Francisco Santos ya anunció su deseo de aspirar a la
Presidencia.
Por otra parte, Simón Gaviria,
hijo del exmandatario y presidente del Partido Liberal, está empezando a armar
las listas al congreso liberal, en la cual seguramente tendrá un espacio Juan
Manuel Galán, hijo de Luis Carlos Galán. Su hermano Carlos Fernando, actual
secretario de Transparencia, suena como una carta electoral de Cambio Radical,
pero aún no ha decidido lanzarse al ruedo. Otros como Miguel Samper Strouss,
también heredero de un expresidente, y Horacio José Serpa, actual concejal de
Bogotá e hijo del célebre político santandereano, tienen ofertas para el
Senado.
Estos rumores y especulaciones no
son nuevos en el mundo político, sobre todo en un año previo a las elecciones
de Congreso y Presidencia. Sin embargo, no deja de llamar la atención que los
apellidos—Serpa, Gaviria, Samper, Pastrana, Santos, Galán— sean los mismos que
hayan acaparado titulares en épocas preelectorales de décadas anteriores.
Las dinastías políticas no son un
fenómeno particular a Colombia. En Estados Unidos familias como los Kennedy,
los Bush y más recientemente los Clinton han mantenido prestigio, capital
político y relevancia durante décadas. Y si bien para algunos críticos su mera
existencia es un símbolo de un sistema político elitista, otros, como Gustavo
Mutis, del Centro de Liderazgo y Gestión, dan fe de que existen familias que
por generaciones mantienen una vocación de servicio público. Por otro lado,
aunque sin duda la cuna les pueda dar un empujón —además de una educación
privilegiada y un temprano acceso al poder— se mantienen vigentes gracias a sus
capacidades y su trabajo. Sería injusto afirmar que en sus distintos escenarios
estos herederos solo se destacan en virtud de sus apellidos.
Sin embargo, queda en el aire el
interrogante sobre los espacios de renovación política y el precario surgimiento
de nuevos líderes. “Para hacer política en este país uno tiene que ser un
general de tres soles o un hijo de un expresidente” dice un joven representante
a la Cámara. En su más reciente columna en el diario El Tiempo, Enrique
Peñalosa toca el tema de la democracia cerrada en el país. Para el exalcalde, a
través de leyes y umbrales, los partidos y los caciques han ido cerrando los
espacios para iniciativas alternativas e independientes, como los movimientos
significativos de ciudadanos.
Esta situación se agrava aún más
por las dinámicas internas y el anquilosamiento de los partidos políticos. En
Colombia, estos no cumplen con una de sus funciones más importantes: ser
cantera fértil para la formación de nuevos líderes con una ideología clara y una
propuesta para la sociedad. Las colectividades no tienen escuelas de formación
ni, en su mayoría, centros de pensamiento. Pero tal vez la mayor ironía es que
las juventudes de los partidos no son semilleros de futuros cuadros; son
instrumentos internos de poder. Para aquellos pocos que buscan hacer carrera
política desde los partidos, a pesar de las roscas y las fracciones internas,
la lucha no es fácil. David Barguil, joven representante a la Cámara del
Partido Conservador, admite que “el hecho de que los partidos tengan que acudir
a los retirados de la política significa que no están haciendo bien la tarea.
No están brindando oportunidades a los jóvenes y gente de las regiones que
quiere trabajar en el sector público.” En otras palabras, los partidos no
generan propuestas atractivas para la sociedad y se convierten en una pasarela
de candidatos que se activa en momentos electorales, es decir en una especie de
rótulo para acceder al poder o para mantenerlo.
A lo anterior se suman otros
factores que también explican la aparente ausencia de liderazgo político en el
país. En primer lugar, desde que la política se redujo a una fórmula de
transacción (de puestos, de favores, o de intereses) es mucho más difícil que
surjan verdaderos líderes, aquellos que interpretan una coyuntura histórica,
sentimientos colectivos, grandes problemáticas, o que buscan cambiar el status
quo. “El clientelismo es la antítesis de liderazgo. Solo un líder sin ideas
promueve la clientela, pues en vez de convencer y generar confianza, compra”,
opina Álvaro Forero Tascón de la fundación Liderazgo y Democracia. Mutis añade
que “López y Lleras representaban una partitura política, una interpretación
integral de la sociedad, por lo cual sus grandes reformas encontraron respaldo.
No era una votación a cambio de algo, mientras que ahora hay una compensación
por el voto”. Es muy diciente que solo en las ciudades donde hay más cobertura
y calidad en educación y donde existe una clase media fuerte, el voto de
opinión le pueda competir al clientelismo, con resultados favorables como las
victorias de Antanas Mockus y Sergio Fajardo, dos líderes independientes,
alternativos y con proyección nacional.
Finalmente, no es un secreto que
el servicio público sufre de un gran desprestigio a escala mundial. Según
Barbara Kellerman, profesora de la Universidad de Harvard y experta en
liderazgo, es una tendencia creciente y preocupante que los jóvenes más
preparados no están interesados en la política. “Los reconocimientos y las
recompensas son mayores en el sector privado mientras que la humillación y el
castigo son mayores en el sector público. Ser un líder político fuerte y
creativo es cada vez más difícil” dice.
En Colombia esa tendencia es cada
día más palpable y preocupante. Hoy por hoy, la política es considerada una
actividad desprestigiada, una profesión poco digna. Pocos jóvenes sueñan con
arengar en la plaza pública y menos aún ven la política como una herramienta
para lograr grandes cambios sociales. A muchos también les preocupa la baja
remuneración y la lupa inclemente de los entes de control como la Fiscalía, la
Procuraduría y la Contraloría aun cuando se tratan de hacer las cosas bien. Por
todo lo anterior, y porque siempre hay más interés en mantener los privilegios
de la clase política y conservar el status quo, como dice Carlos Caballero, de
la Escuela de Gobierno de los Andes, “hay que ser héroe o mártir para estar en
el servicio público.”
¿Está condenado entonces el país
a ser gobernado por una misma élite? Las dinastías políticas seguirán
existiendo –y hay algunas muy valiosas– pero solo una nueva generación con
vocación de servicio podría oxigenar las democracias. Sin embargo, no existe una
cultura de liderazgo público que cree espacios amplios y semilleros fértiles
para que estas figuras nacientes florezcan sin importar su origen.
FUENTE: Revista
Semana, 9 de febrero de 2011; http://www.semana.com//nacion/articulo/politica-donde-estan-nuevos-lideres/332467-3
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